Nunca jugué al juego de la princesa. Mi mamá siempre me puso ropa para
jugar, para correr, De más grande nunca pensé en casamiento, ni en hijos, ni en
familia, ni en casa-auto-perro.
Como leí hace poco,
si hubiera que inventar las cosas desde cero, seguramente celebraríamos
una gigantesca fiesta del amor de 10 mil dólares justo al final de la historia,
cuando tuviéramos sesenta o setenta años, la hipoteca pagada y hubiéramos visto
si lo de “Te amaré por siempre” funcionaba. Por otra parte, no gastaría 10 mil
dólares en nada que no tenga puertas y ventanas o la capacidad de concederme
tres deseos.
Pero después me enamoré de Willy, convivimos, tuvimos 3 hijos juntos y
atravesamos un puerperio difícil, Ahora siento que, si bien no llegamos al
final de una vida juntos, “superamos la prueba”: nos conocimos en nuestras
peores miserias. No creemos en el amor romántico; nos amamos y nos odiamos en
igual medida y aún así nos elegimos. Y como estamos grandes y aburridos de
nuestra rutina de colegios, pañales, cenas programadas, paseos por el parque y
falta de sueño, tenemos ganas de hacer una fiesta para amigos, con música y
alcohol. Por eso, voy a casarme con él. Por eso, y porque ya no tengo más ganas
de decirle “mi conviviente“. Ya quiero decirle “mi esposo”.
Cuando con Willy empezamos a charlar de la posibilidad de casarnos (si, lo charlamos; no se arrodilló ni me propuso matrimonio con un anillo de Tiffany dentro de un cupcake) decidimos hacer algo sencillo; empezamos a consultar con amigos que se habían casado y a investigar por internet. Hay webs que te organizan el evento completo paso a paso, son como una especie de wedding planners virtuales que te ofrecen desde salón, dj y catering hasta auto con moño y enano que te abre la puerta. El primero que visité tenía una lista de “las 5 propuestas más buscadas”; el ranking lo encabezaba “carruaje con dos caballos blancos”.
A mí, honestamente, me da todo lo mismo. Si tuviera el dinero para contratar a una persona que me organice el asunto sin preguntarme nada, lo haría encantada. Como me da lo mismo, no sé tomar buenas decisiones; para mí lo mejor es lo más sencillo.
En algunas cosas estuvimos de acuerdo desde un principio: La fiesta iba a ser sólo para amigos, sin hijos, ni tíos, ni abuelos. Primera resistencia. Nada de salón:almuerzo en un restaurant. No dress code: que cada uno vaya como quiera, sin traje ni vestido largo ni zapatos incómodos. Sin vals ni carnaval carioca ni video emotivo ni torta de boda ni entrada triunfal de los novios.
Pariente: ¿Cómo que no? Entrada tiene que haber.
Yo: No quiero perderme ni media hora de mi fiesta por estar guardada haciéndome la interesante.
Pariente: No puedes ser tan amarga…
Desde hace tres meses, cuando empezamos a organizar el casamiento, intentamos resistir la fuerza imantada del “mundo boda” que, con su fuerza vampiresca, intenta chuparte hasta la última gota de sangre. Y la decisión primaria de “sólo amigos, música y alcohol” fue dando lugar a pequeños accesorios que fueron ampliando el presupuesto inicial.
yo: ¿Cómo que no queieres fotógrafo? ¡Es nuestro casamiento!
novio: Hagamos un grupo y que todos suban las fotos ahí.
yo: eres un ridículo, nadie saca fotos con el celular en un casamiento. Si sacan, salen todas movidas ¡y nadie las va a subir a un grupo de facebook!
Hace unos días nos dimos cuenta que tenemos que tener alianzas. Empecé a mirar en Mercado Libre para tantear el precio del oro“así duran toda la vida”. El oro amarillo y el colorado cuestan lo mismo mientras que el oro blanco y el platino son más caros. Embarcados en la tarea de hacernos con un par de alianzas en Emancipación.
Vengo resistiendo estoica los embates de mis amigas que me critican porque me voy a peinar y maquillar sola con tutoriales de youtube; porque el vestido que me compraré es de una marca de shopping; porque después de la fiesta me voy a ir a dormir a mi casa y no a un hotel lleno de pétalos de rosas (¿alguien coge en la noche de bodas?); porque les censuré las ideas ridículas que tenían para mi despedida de soltera (reboté enanos strippers, paseo en auto con disfraz de puta, paintball y spa de chicas).
A poco tiempo del evento no estoy ansiosa por el “gran paso”; no estoy nerviosa por el civil ni por cómo será estar casada, no me descerebro pensando en si nuestra pareja funcionará, si nos amaremos toda la vida, si estoy tomando la decisión correcta. Lo único que me quita el sueño es esa bendita fiesta, que me lleguen los zapatos que me compré por internet y que el vestidio no me traicione.
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