Mucho que contar

Todas las mamás estamos llenas de cosas. Saturadas, aturdidas, sobrepasadas. Disociadas, divididas y caotizadas. Vivimos cargando objetos, remedios, papeles, juguetes y ropa ‘por si acaso’, previniendo situaciones que tal vez nunca sucedan, organizando los destinos de la casa y de la gente, preocupadas y ocupadas, siempre caminando al borde. No sólo cargamos mucho, también necesitamos mucho y nos falta mucho.
Moderación  apoyo, sostén, ayuda, masajes, orejas, brazos, abrazos, chocolate, una guía en la oscuridad.

No quiero dar mensajes, o mejor dicho sí: que seamos sinceras, que digamos que nos está saliendo todo hasta el culo, riámonos y pasémonos recetas. Estamos en un mundo en el que te exigen pensar en positivo, no hablar de cosas malas, no transitar problemas. 


Antes había más tiempo para pensar. A mí la maternidad me alejó del cine, de las buenas charlas, del crucigrama. Me puse básica y empecé a comerme los discursos de los noticieros. Me convertí en una miedosa y muy alejada de lo que era, antes de tener hijos. 


La maternidad te desplanta de todas las certezas. Los médicos, las mamis de las compañeritos  del jardín, cada uno te da su teoría, todas distintas.



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