Con Willy,
recordábamos nuestra infancia en la calle, comparándola con la de nuestros
hijos, para quejarnos del consumismo y el vértigo, la tecnología al alcance de
la mano 24 horas y la falta de imaginación de las nuevas generaciones.
Es que
se acerca la navidad y hace meses que cada propaganda de juguetes que termina, se escucha
a Abi decir : “¿mami me lo compras?”. Y yo siempre ocupada, con mi celular,
mi twitter, mis sms y face, le respondía “sí, mi vida”, para cortar la
conversación ahí, para no escuchar llantos, pensando que se iba a olvidar. Y
ahora viene la navidad tengo una lista larga de jugetes y tecnología que los críos
piden hoy en dia.
Como
tengo culpa porque últimamente trabajé mucho y tengo culpa de que le dije que
sí a todo por no darle bola y tengo la culpa universal de madre progresista,
elaboré una lista con los regalos prometidos, así que investigué los precios de todas esas mierdas
importadas y me di un baño de capitalismo, consumismo y complicación que generó
un efecto boomerang y ahora quiero hacer una huerta en el fondo de casa y
regalarle un tomate a cada uno.
¿Qué es
esto, qué pasó, quién soy? me pregunté el lunes a las dos de la mañana en la
cama ¿Esto es lo que quería para mis hijos, esta educación, esta infancia?
¿Esta cagada soy yo como madre?
Así
estoy, replanteándome todo. Y anoche pasó por casa mi amigo Pepe, mi amigo de
la otra vida, de la identidad, la militancia y el unicornio, y nos fuimos a la
terraza a fumar un pucho y nos pusimos a hablar y recordar y hablar… que cuando
éramos chicos la tele era blanco y negro y no estaba todo el día disponible.
Que jugábamos en la vereda a la escondida. Conocíamos las casas de nuestros
vecinos, por dentro, entrábamos y salíamos libremente y no estábamos todo el
día con actividades y horarios y talleres. Nos inventábamos nuestros juegos,
poniendo dos sillas y una frazada: una casita.
Escribíamos
diarios íntimos. Fabricábamos cosas de papel. Escuchábamos un musicuento en el
tocadiscos y el “qué será de una generación que no sabe aburrirse?”… y
ya, al borde del llanto, “qué será de una generación que no sabe hacer una
casita con dos sillas y una frazada? ¿Qué será de su inteligencia, su
creatividad, su capacidad de resolver y su adaptación? ¿Cómo hacían nuestros
viejos para que juguemos así? ¿qué nos decían? ¿qué nos daban? ¿o qué no nos
decían ni nos daban? ¿es porque eran pobres y no tenían plata para comprar
juguetes? Nosotros también somos un poco pobres! Bah, … mi abuela no me
compraba mil millones de golosinas, me hacía un postre de canela con maicena.
Y pensaba: nosotros nos adaptábamos,
observábamos, escuchábamos. Pero ahora para que los chicos no lloren les
ponemos películas en el auto, celulares en las manos, les llevamos golosinas
para taparles la boca, no los dejamos frustrarse, no los dejamos mirar. Mirar
la vida. Mirar a los grandes. Mirar cosas que no están preparadas para ellos,
otros colores, otras músicas.
Y Willy
siempre me dice que yo dramatizo todo y mucho.
Y así, decidimos:
Regalarles a nuestros hijos, un día (bueno… una tarde… tres horas
ponle) de juegos sin tecnología ni juguetes, y apagando nuestros celulares
Y por
último
-
Seguir haciéndonos preguntas acerca de cómo criarlos, quiénes somos, de dónde
venimos y adónde vamos, porque nuestros hijos son el proyecto más hermoso que tenemos
y merece la noche en vela y mucho más.
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